Fascismo y universidad en el México del siglo XXI 

 

En el mundo somos testigos del debilitamiento de los llamados países progresistas (que no son necesariamente de izquierda) y el ascenso de gobiernos de derecha. A la par, se han venido fortaleciendo fuerzas protofascistas que salen a la luz con reivindicaciones ultranacionalistas e invocando los más viejos y profundos prejuicios de la sociedad. Como ejemplos podemos observar la xenofobia de la que son víctimas los migrantes latinoamericanos que intentaron llegar a los Estados Unidos; la homofobia y odio al marxismo que es central en el discurso del Bolsonaro ahora que es gobierno, etc. 

Para que éste tipo de discursos permearan en la sociedad, y en específico en las latinoamericanas, tiene su explicación en buena medida en la incapacidad de los gobiernos progresistas de dar salida a las grandes penurias y contradicciones de nuestras sociedades. Estos gobiernos progresistas construyeron su legitimidad en función de los altos precios de las materias primas, lo que les permitían redistribuir el ingreso vía programas asistenciales. El problema se presentó cuando los precios internacionales se vinieron abajo, provocando el recorte de ayudas sociales y afectando a los más marginados de la sociedad. Lo anterior, reveló el carácter rentista de los gobiernos progresistas y su nulo cuestionamiento al sistema capitalista. Al mismo tiempo, género una enorme decepción y frustración entre buena parte de la sociedad, que buscando otras salidas, terminó siendo dirigida hacía opciones de derecha. 

Algunos escritores han intenta considerar al fascismo como “una tercera vía”, es decir, que no es ni capitalista ni socialista, bajo el argumento de que no cumple con las características de libre mercado y libertad política del capitalismo, y que tampoco es la estatización total de los medios de producción como lo que fue la URSS. Lo anterior es un error. 

 Sin la intención de agotar el tema, por el momento sostendremos que el fascismo (siguiendo autores como Eric Hobsbawm, Hannah Arent o León Trostky) como régimen político-económico es la máxima expresión del capitalismo financiero. Es cuando las contradicciones de la sociedad han alcanzado un nivel crítico y la única forma de mantener en pie el sistema es con una fórmula totalitaria. Cuando los lideres fascistas (normalmente de origen plebeyo) entran en acción, las clases propietarias han renunciado a la dirección de forma del Estado, empujados por el pánico de la revolución social. El Estado moviliza a las clases medias arruinadas y a los trabajadores políticamente más atrasados utilizando discursos que invocan los más profundos prejuicios de la sociedad; asimismo, subordina todos los aspectos de la vida económica, política y cultural al capital. Trayendo como consecuencia las más grandes brutalidades de la historia de la humanidad. 

Sí bien el fascismo niega libertades políticas y dirige la economía, no toca la propiedad de los medios de producción ni tampoco cuestiona la relación de explotación contra los trabajadores, por el contrario, fortalece los monopolios y busca afanadamente mantener el statu quo. Es la última ancla de salvación del capitalismo. Como ejemplo tenemos la Alemania de Hitler, en la cual empresas como la Volkswage o Hugo Boss aumentaron espectacularmente sus ganancias antes y durante la guerra. 

En el caso mexicano y específicamente en la UNAM (como en muchas otras universidades del país) este tipo de tendencias ideológicas surgen durante las crisis. En México el fascismo tiene su origen en el Partido Sinarquista, que postulaba entre otras posiciones: un nacionalismo extremo, una mayor regulación a la economía, la invocación de la fuerza, mito fundador de una raza mexicana y un feroz anticomunismo. 

Durante la presidencia de Plutarco Elías Calles y luego de Lázaro Cárdenas, se impulsó reformas al artículo 3 constitucional, para consagrar lo que ellos llamaban “la educación socialista”, que dicho sea de paso, no era socialista sino socialdemócrata, pero eso es tema de otro artículo. Este ligero giro a la izquierda de parte del gobierno mexicano provocó entre los círculos más conservadores la conformación y luego el pronunciamiento el 10 de agosto de 1935 de la Federación de Estudiantes Universitarios de Jalisco (FEUJ) que repudiaba la educación socialista. 

La revista proceso, en su sección de Redacción de 7 de diciembre de 1985 lo resumen de la siguiente manera: “La Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG) es el bastión de toda una ideología conservadora, nacida de la herencia cultural regional, católica tradicionalista Escribe el historiador Jean Meyer en 1981: “Las tácticas propiciadas por los jesuitas (infiltración, secreto y violencia) resultaron contraproducentes cuando no se pudo mantener el control Así, los famosos tecos de Guadalajara, destinados por algunos jesuitas a `salvar la universidad del socialismo’, resultaron rápidamente fascistas y antisemitas Mientras tanto, se habían apoderado de la UAG”.

Así, esta ideología fue llegando a diferentes espacios universitarios de todo el país, incluyendo a la Universidad Nacional Autónoma de México. En este contexto, es que podemos ubicar al Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (El MURO). Fue una organización fascista-católica, surgió en la UNAM con estudiantes inclinados a enfrentarse por todos los medios a las fuerzas de izquierda reavivadas por el triunfo de la revolución cubana. Creado en marzo de 1962, tiene su origen, en un enfrentamiento entre simpatizantes de la revolución cubana y un contingente de anticastristas que quemó, frente a la entonces Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, una efigie de Fidel Castro. Este enfrentamiento fue en julio de 1961. 

Desde entonces, estos grupos se organizan en la UNAM, a veces más visibles y otras veces de manera clandestina. Asimismo, se nota que México no es ajeno a las tendencias de derechización, a pesar del triunfo de AMLO, por el contrario, este tipo de organizaciones sienten que es momento de salir a la luz, siempre invocando un discurso de pluralismo ideológico. No hay que olvidar que la libertad de expresión como cualquier derecho tiene límites. Cuando se hace alusiones racistas, por ejemplo, eso ya no es protegido, por el contrario, es castigado y penado por las leyes. En este sentido, se debe ser intolerante con ciertas actitudes, porque la toleracia extrema acaba con la misma toleracia.  

Víctor Romero Escalante